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martes, 15 de julio de 2025

Lenguas vivas

 

Lenguas vivas. Elena Bethencourt
(publicado en la Revista Quimera, enero 2021)

Me quedo mirándola sufijo a los ojos y me siento el sujeto más predicado del mundo. Con voz pasiva le susurro lo adjetiva que es. Ella, muda como una hache, me analiza sintácticamente. Mientras intento adivinar en su elipsis si también desea una oración copulativa, me da una oclusiva bilabial sonora que volvería apócope a cualquiera. Luego, se quita lentamente la tilde y la deja en el suelo. Yo también. Acerca su verbo al mío y nos conjugamos enteros con suavidad. Al rozarle las diéresis se vuelve esdrújula. A mí se me sustantiva el morfema y me pongo gerundio como un nominal. Tras mil complementos circunstanciales de modo, llegamos —entre interjecciones— al glosario y caemos léxicos sobre las sílabas blancas.
Soy un semántico y la acurruco entre mis párrafos para recitarle un fonema, pero no le gusta la subordinación de los pronombres «tú y yo», me dice. Recoge su tilde del suelo, se la pone y se va. Ya ha diptongado, así que me deja hiato.
Me quedo dativo con la mirada perdida en el nexo, recordando su desinencia, maravillado por la sintaxis tan singular del género femenino.

lunes, 7 de julio de 2025

Tejido familiar

Seleccionado en ENTC, convocatoria de la moda. Aquí

Mi juventud son recuerdos de un taller de costura en Michoacán, un mundo de agujas, seda y lino donde mujeres de retales adorábamos a hombres cortados por el mismo patrón.
      Mi padrastro solía pasear sus apuestas hechuras haciendo zigzag. Decían que dedicaba los días a cortar cuellos al bies, pero nunca nos atrevimos a preguntar.
Mamá hilvanaba sueños rotos hasta que apareció don Tomás. Quería un traje para su boda. ¡Cómo no! ¿De paño, algodón, tergal?
         Contarían las malas lenguas que lo midió mil veces, recorriendo con la yema de los dedos mangas, sisas, solapas y desde la entrepierna hasta el bajo del pantalón. Le hacía pruebas a diario. Acudía gustoso, pero no parecía prestarle la menor atención. Las faldas de todas menguaban para la visita, los escotes crecían y —embelesadas— bordábamos momentos con él en nuestra imaginación.
        Por fin el traje estuvo listo. La boda también. No llegó a casarse. Lo cosieron a balazos de camino al altar.
Mamá zurció como pudo la culpa de que alguien matara por su amor. Mi padrastro remendó la suya en el penal.
       Yo callé preguntándome si el botón que llevaba pegado en mi vientre se parecería a él o a don Tomás.

Elena Bethencourt