Era lo único que podíamos hacer por él, dadas las circunstancias. Sus padres se habían comprado un libro para enseñarle a dormir con un método infalible y llevaban noches dejándole llorar. Primero cinco minutos, luego diez y así hasta que aprendiera a dormir solo.
Una noche el niño sollozó y sollozó. Papá no vino, mamá tampoco. Lloró más y más fuerte. Finalmente, se hizo el silencio, pero solo porque yo mismo salí de debajo de la cama y me lo llevé con mi familia al inframundo. Para que luego digan que los monstruos somos nosotros.